Agradecimientos
Prólogo, de Rosa Vergés
PARTE PRIMERA. Empezando por el principio
Cómo empezó todo
PARTE SEGUNDA. El escenario
El escenario: el grupo original
Relación grupal original
Principio de autoridad
Autoridad parental
Las reglas básicas del juego en el grupo original
El llamado «complejo de Edipo»
Familia disfuncional y patrones de conducta
PARTE TERCERA. Casos clínicos
Las cartas
Cartas de Myriam: el caso de la hija maltratada
Cartas de Belinda: el caso del drama del espejo
Cartas de David: el caso del joven cascarrabias
Cartas de «Armandine»: el caso de George Sand
Cartas de Ricardo: el caso Sísifo
Cartas de Juan: el caso del niño al que nunca vieron
Cartas de Sara: el caso de la niña que no podía jugar con muñecas
Carta de Ángela: el caso de la niña nacida para ser mujer, y educada para ser ángel?
Cartas de Eduardo: el caso del hijo sospechoso?
Cartas de Aurora: el caso de la niña que al crecer dejó de hablar y dejó de reír
Cartas de Pepe: el caso del hombre tranquilo
Cartas de Eusebio: el caso del defensa central
Cartas de Lidia: el caso de la mujer que no podía conducir? se
Epílogo
Bibliografía
Libros citados en el texto
Bibliografía recomendada
Filmografía citada en el texto
Filmografía recomendada
Las cartas que los padres nunca recibieron? ni recibirán son cartas excepcionales porque son las únicas escritas para no ser enviadas a sus destinatarios, ni leídas por ellos. Son cartas en las que personas que han necesitado una psicoterapia explican a sus padres por qué la han necesitado. Cómo se fraguó todo en su grupo original, la familia que ellos fundaron. Qué déficits y carencias experimentaron, y las consecuencias que esto tuvo en su desarrollo. Explican cómo han logrado entender lo que pasó, que no fueron víctimas de verdugos, sino de otras víctimas. Que han comprendido que los padres hicieron lo que pudieron, y que si no pudieron hacer más o mejor, fue por falta de salud psicológica, por sufrimientos indebidos e injustos que ellos experimentaron en las primeras etapas de su vida: carencias que determinaron las que ellos habían de transmitir inevitablemente a sus hijos.
Estas cartas no pueden ni deben ser leídas por los padres, porque lo vivirían como una acusación que sería tremendamente injusta, ya que son inocentes de los daños sufridos por el hijo en su crecimiento, de sus déficits y carencias. Su lectura no podría ser asimilada, y podría causar un quebranto importante en su salud tanto psíquica (depresión grave) como física. Pero leídas a su representante simbólico, el terapeuta, tienen un enorme valor y significado, reparador y restaurador de un equilibrio interno que había sido gravemente dañado.
