Que la violencia ha sido, y por desgracia sigue siendo, algo inherente a las sociedades humanas independientemente de sus coordenadas espaciales o temporales, es algo que está fuera de toda discusión. No es por ello de extrañar que, desde antiguo, fueran muchos los pensadores que atribuyeron precisamente la transformación d el hombre en animal político, más que a otra cosa, a la necesidad de encontrar un modo de protegerse de esa violencia que parece implícita en la especie humana. Este planteamiento puede generar, y de hecho genera, muchas cuestiones. Algunas de ellas, que nos parecen perfectamente susceptibles de configurar el marco general y primer punto de partida desde el que abordar las páginas que siguen, podrían ser: ¿ han sido todas las sociedades humanas igual de violentas? ¿Lo fueron de la misma manera durante toda su historia o, por el contrario, han existido determinados momentos, realidades estatales o coyunturas particularmente violentos? Y, al hilo de lo anterior, ¿qué mecanismos de consenso se han propuesto en cada tiempo y lugar con el objeto de intentar sortear una conflictividad que, por