«Cuanto más extraño se vuelve el relato, más se desea creer en sus palabras. Todos nuestros miedos secretos están enterrados aquí» (John Wilde, Blitz). Cuando Ezra, el narrador, era un niño, su abuelo le legó en su lecho de muerte una enigmática historia de horror y violencia: un tal Mackenzie, médico escocés, había hecho desaparecer a su esposa «enterrando» su cadáver descuartizado en el cuerpo de sus cuatro hijos. Años después Ezra, que no ha olvidado nunca la historia, oye hablar de un Mackenzie que podría ser uno de aquellos niños, y decide investigar la verdad del relato. Encuentra pistas que le conducen a los hijos del médico asesino (cuyas iniciales son un acrónimo de Ezra, su propio nombre), y descubre que todos han muerto con los cuerpos desgarrados, mutilados, o atravesados por instrumentos punzantes.Pero ¿han existido los Mackenzie, o son la creación de alguien que va dejando indicios para que Ezra crea en ellos? ¿Son, quizá, los personajes inventados por un escritor que publicaba bajo un pseudónimo, pero cuyo verdadero nombre era Zachary Mackenzie? Ezra quiere llegar al final del laberinto y contrata a un investigador. Las historias de los Mackenzie continúan desplegándose en una perversa arborización de sadismo, dolor, muerte y éxtasis. Pero en un nudo del misterio, que Ezra inevitablemente desatará, está la verdad, la historia que en un implacable huracán borgiano acabará con todas las historias, el límite mismo de la nada, la verdad del narrador.