Litoral, el verso es la hebra que pespuntea los límites del sujeto en una operación que une y separa al mismo tiempo. El cuerpo, constantemente sometido a torsiones y flexiones, está cincelado. Sin corte, no hay cuerpo. Se nace partiendo de una muerte: la palabra mata la Cosa, diría Lacan. El lenguaje, pues, es la piel que contiene un cuerpo que no se sabe, pero que lo aprehende: "Nadie ha determinado hasta aquí lo que puede un cuerpo", dice Spinoza. El amor y la muerte no bailan solos. Ambos danzan en espiral (¿sacacorchos?) ya desde el nacimiento. Freud, al compás de Die Weltweisen, de Schiller, concluye en su metapsicología: La vida está pinzada entre la pulsión de muerte y la pulsión de vida. En Semmering, así se lo hizo saber, en 1930, al poeta George S. Viereck: "La muerte es la pareja natural del amor. Juntos gobiernan el mundo (...). -Y prosigue respecto a la importancia capital del amor-: En la actualidad sabemos que la muerte es igualmente importante". Eros crea insistentemente sobre la destrucción.