Ambientada en las postrimerías del franquismo, en las todavía hoy recónditas tierras del Maestrazgo, El llanto del petirrojo desgrana lo esencial de la vida a través de los ojos del inocente y de las cavilaciones de quien se sabe desahuciado. Así es como Aquilino y su nieto, en su desesperada necesidad por saber de la muerte, descubren a un dios agazapado tras cada detalle de su obra, un dios deshumanizado, que ni habla ni siente ni escucha, tan sordo y en minúscula que algunos ciegos, por no reconocerse en él, arrugarán el ceño y se rasgarán las vestiduras.