El hombre sabe de sí mismo y a la vez sabe que no está en sus manos, que hay algo indisponible que dispone de él. ¿Qué será de mí? ¿Nos desharemos para siempre en la materia informe, como si no hubiéramos sido? ¿Cuál es nuestro fundamento, el ciego destino con orejas de asno o el Tú incondicional que nos sale al encuentro en el rostro de la madre? El hombre, con toda su modernidad, sólo tiene ante sí a Dios o a la nada. Pero el Dios que busca no es el Dios del miedo, nuestra maldición, sino el Dios-Amor, lo más difícil de creer, y lo único que nos vale. Más éstos son tiempos de penuria, tiempos en que no se siente la ausencia.