Un mudo homenaje a Nokolai Haitov y a Metodi Adenov. En un país, el Yemen, donde conviven los avances de la tecnología y unos modos de vida que se remontan a varios siglos antes de Cristo, la distancia entre las civilizaciones occidental y oriental toma especial relieve. Se trata de una distancia que invita al salto, despierta un deseo de conocimiento que no se limita al fenómeno cultural, y es regido por la mirada. La mujer occidental, de rostro descubierto, es la presa de todos los ojos masculinos árabes, que inciden en ella desencadenando un peligroso fluido que llega a ser mortal. Una primera aproximación sexual violenta lanza a la protagonista de El hombre de Adén a la vana obsesión de encarnar en sí el ser de la mujer árabe, velada, lo que sólo la lleva a ahondar en todo lo que la separa de ella. Tampoco una posterior hermosa aventura le permite salvar ese abismo. Sólo al identificarse el hombre con el paisaje, al ser vivido e incorporado éste físicamente -lo que culmina en la danza de una noche, junto al océano Indico, a 47 grados de temperatura- se desvanece esa distancia que parecía insalvable. Con la violación que acontece en las primeras páginas de El hombre de Adén, Clara Janés lleva a cabo un mudo homenaje a Nokolai Haitov y a Metodi Adenov, respectivamente autor del relato y director de la película Cuerno de cabra.